Harry Potter, trick or treat?
El 21 de julio algo inédito sucedió en el planeta tierra. Trascendiendo husos horarios, barreras culturales y hasta intergeneracionales, en el mismo momento, en todo el mundo, comenzó a venderse el último libro de la zaga del joven mago inglés a un ritmo tan febril que no reconoce antecedentes, de Gutemberg a nuestros días. Niños y grandes se avalanzaron a una lectura voraz, movidos por la intriga y la necesidad de saber si, finalmente, el bien triunfaría sobre el mal, como piden las buenas costumbres.
Hace algunos años, quien por entonces era la bibliotecaria de cabecera del Belgrano Day School — la querida y recordada Renée Doubell- en un reportaje concedido a The Evergreen se inclinaba ante el fenómeno en crecimiento y confesaba su fascinación por Harry Potter, que «es para chicos de 8 a 80 años», según sus propias palabras.
La buena nueva es que los chicos (y los grandes) lean, aún cuando todo indica que la gente lee cada día menos, que los mass media devoran el poco tiempo libre que nos queda y que a la imaginación se la ha confinado a un espacio demasiado estrecho como para que pueda desplegar sus alas.
La mala noticia, en cambio, es que esto que sucede con Harry es más un fenómeno de masas y de consumo que un ejemplo genuino de placer literario, que suele ser reposado, intimista, silente… Lo cierto es que junto con los libros están las películas y la parafernalia del márketing, el merchandising y demás yerbas, aunque tratándose de un mago no debería extrañarnos que alguna que otra yerba circule por ahí.
Se habla de infantilización del público adulto. De cierto maniqueísmo y una marcada sobresimplificación de la realidad (los buenos y los malos). Y parece que la misma suerte corre el propio Harry, con defensores y detractores floreciendo aquí y allá.
Ya que estamos de vacaciones ( y aún después, al regreso) puede resultar interesante comparar el editorial publicado en La Nación el 31 de julio, con un artículo de The Washington Post, firmado por un reconocido crítico literario.
Sin duda, algo de convite ( treat) en juego hay; casi podría decirse que se trata de un banquete. En última instancia, el vehículo es la palabra, esa poderosa varita tan humana. Pero también seguramente hay algo de trick — y no sólo de magia. El consumismo no es zonzo y sabe infiltrarse en cada espacio sensible, en cada recoveco — aún en las bibliotecas, los dormitorios infantiles ¡y hasta los debates más o menos «intelectuales»!
Estaría buenísimo pedirle al afamado hechicero que despliegue sus poderes para que los chicos lean… de todo. Sobre todo literatura de la buena, que también sabe hacer magia en el alma cuando se le abre la puerta y se la invita a entrar. Y a quedarse para siempre.
2 comentarios
Hola, yo ya leei la mitad el libro de Harry Potter y Deathly Hallows y la verdad este muy interesante lo recomiendo!
interesante la noticia