Las distintas P del “preboliche”
Un artículo de La Nación de hoy da cuenta de lo instalado que está entre los adolescentes y jóvenes de toda condición el ritual del “preboliche”: juntarse a tomar hasta emborracharse antes de salir a bailar, para superar inhibiciones, tener “buena onda”… y ¡no tener que hablar!
Hay sitios web inclusive que giran en torno al tema, proponiendo juegos para esa “previa” cuyas prendas están invariablemente vinculadas con el consumo de alcohol, cuando no de energizantes, pastillas y otras drogas.
Todos los chicos y las chicas parecen atrapados en una maquinaria que los presiona brutalmente para que participen del descontrol. ¿Cómo funciona esa presión?
Publicidad. Hace algunas décadas, en los EEUU la industria tabacalera estaba en crisis. Las mujeres, más de la mitad de la población, fumaban minoritariamente. La estrategia resultó de lo más efectiva: cigarrillos delgados y elegantes, “pensados para la mujer” y campaña que apelaba a la liberación femenina… “Has recorrido, muchacha, un largo camino ya”. Hoy las mujeres muestran índices de tabaquismos (y de cáncer de pulmón) iguales o superiores a los de los hombres.
Algo similar pasó con la cerveza y los jóvenes: hasta hace poco más de 20 años, se trataba de una bebida estacional propia del verano y más bien consumida por adultos varones. ¿Cómo ampliaron el mercado? Pues transformándola en “el sabor del encuentro”, slogan donde subyacen conceptos como la pertenencia, la camaradería y el afecto. Siguieron “lo importante es la cerveza” y la otra, “buena onda”. Funcionó de maravillas: megacampañas, sponsorship de eventos musicales… y la infaltable previa que aseguran niveles de venta satisfactorios para fabricantes, distribuidores, deliveries, kioscos, etc. Un negoción.
Pares. Ese “sabor del encuentro”, una sensación de seguridad y pertenencia que brinda el sentirse aceptado por los demás, es inherente a la condición humana, pero es probablemente aún más apremiante entre los jóvenes. Hace mucho que se especula con que el hombre (y la mujer) no es sólo aquel “animal racional” del que habló Aristóteles, sino más bien una mezcla imprecisa de razón y fantasía; de pensamiento, sí, pero también de emociones, sentimientos, sueños… espíritu. ¿Pero estamos desarrollando ese espíritu, o más bien anestesiándolo, amordazándolo, privándole de su libertad natural? Los chicos replican y multiplican entre sí y contra sí, sin saberlo, la presión que les viene de afuera.
Placer. Se habla de posmodernidad hedonista. De “hacer lo que se siente”. De anteponer el placaer a cualquier otra cosa y sea cual sea el precio que se pague… No es el placer del espíritu, justamente, el que se cultiva. Porque ese no es buen negocio: una larga sobremesa, un rato de intimidad y diálogo, una buena lectura o meditación. Eso no vende.
Padres y profesionales. La pregunta es: ¿Qué estamos haciendo mal los adultos? ¿Cuál es nuestra reponsabilidad en un escenario social que excluye, que brinda pocas posibilidades a muchos y muchas a muy pocos y que presenta como atractivas justamente las cosas que más aturden, ensordecen y aplastan el espíritu humano?
La Rectora, Silvia Thomas, reflexionaba en su artículo del anuario The Evergreen 2008: “Solemos juzgar a nuestros jóvenes por sus modales, su desfachatez, su falta de consideración y respeto, que por supuesto distan de los tiempos dorados de nuestra propia juventud idealizada. Pero, ¿realmente han cambiado los jóvenes? ¿O hemos cambiado los adultos a cargo? Tal vez sean ellos los que deberían reclamarnos por la falta de modelos éticos...”
Pistas. Quizás si los adultos, responsables entre otras cosas de hacer funcionar y “aceitar” asiduamente la maquinaria de presión que pesa sobre los más jóvenes, les mostráramos modelos de vida más plenos y fuéramos más felices nosotros mismos con menos consumo y más espíritu en acción, las cosas podrían empezar a cambiar. Preguntémonos qué hacemos nosotros mientras los chicos están en “la previa”…¿Somos cómplices, acaso, por temor a que nos tilden de antiguos? ¿Somos propiciadores, o bien meros prohibidores…? ¿Somos pasivos, nos hacemos los distraídos?
Citando nuevamente a Silvia Thomas, los chicos “a veces nos escuchan… pero siempre nos miran”.
Y tus hijos, ¿qué ven cuando te ven?
Foto (fuente): www.infobae.com
2 Comments
Faltan limites.
El Estado tiene temor a colocar limites. La escuela en multiples ocasiones tiene temor a establecer limites a sus alumnos. Los padres muchas veces por temor o comodidad tampoco ponen limites a sus hijos. En los tres ambitos los ejemplos abundan.
Los niños y jovenes necesitan de limites claros y precisos. Ellos los piden y nosotros, los adultos, no los ponemos
Coincido que el medio – o más bien los medios- tienen efectos muy fuertes en la cultura de los chicos. Justamente por eso creo que como padres debemos involucrarnos, predicar con el ejemplo, y no tener miedo a poner límites para ayudar a nuestros hijos a construir su individualidad. It´s OK to say NO!