La búsqueda de la armonía
Un artículo publicado el domingo 7 de mayo en La Nación da cuenta de una nueva mirada de la ciencia sobre la felicidad, ese “estado ideal” del alma humana, tan difícil de definir como de perpetuar en el tiempo. Más allá de enumerar los “componentes” de la felicidad para distintas personas — dentro de un arco ideológico que va del más absoluto materialismo al lirismo utópico- es interesante constatar la importancia que los expertos les asignan a los vínculos afectivos y a la capacidad de atravesar problemas y dificultades, para tener mejores chances de ser feliz.
¿Y la escuela, a todo esto? ¿Educa para la felicidad? En tiempos de una competitividad feroz, de desafíos globales y bombardeo consumista, el BDS continúa rigiéndose, como desde hace casi cien años, por los principios que han sellado su misión y su visión educativas: el desarrollo de los valores del espíritu, sintetizados en el lema Fac Recte.
No educamos para el “éxito” a cualquier precio; educamos para el pleno desarrollo de la persona humana, en armonía con sus semejantes, trabajando en pos del bien común. No educamos para el “sálvese quien pueda”, el “llame ya”, o la evasión facilista. Educamos para la búsqueda del equilibrio entre el yo y el tú, el ser y el hacer, las aspiraciones y las posibilidades. Los ejemplos son muchos. Podría postularse que la misma evolución del colegio como institución educativa es una permanente búsqueda de equilibrio: tradición e innovación, lo nacional y lo global, el contenido y las formas…
La responsabilidad, el esfuerzo, el respeto y la tolerancia; la verdadera libertad — que siempre tiene en cuenta al otro, porque ante todo, honra y defiende la vida – son aspiraciones que se ejercen cada día y que tallan el espíritu para una felicidad serena y duradera, capaz de adaptarse a los cambios sin perder su esencia y de afrontar las dificultades con entereza y capacidad para el aprendizaje continuo, a lo largo de toda la vida.
Es probable que los científicos encuentren una fórmula para activar sintéticamente las zonas positivas del cerebro y estimular así la felicidad. Pero creemos que los avances de las neurociencias y la psicofarmacología no deberían eximirnos jamás de “la parte que nos corresponde”. Porque si hay algo capaz de hacer feliz al ser humano es sentirse protagonista de su propio destino, y del de aquellos que amamos. Hemos sido hechos para el amor — la palabra más bella de nuestro idioma, según una encuesta reciente realizada en todo el mundo. Por algo será.