Educar las emociones…¡y feliz 2008!
*Sobre la inocencia y otras cuestiones coyunturales*
Llegó nomás el último día hábil del año. Día en el que una tradición caprichosa suele cursar bromas pesadas o de las otras, que poco tienen que ver con la memoria de los Santos Inocentes, masacrados en los tiempos del Señor.
El Belgrano Day School está casi desierto: las aulas y los patios, el auditorio en el que transcurrieron la mayoría de los festejos por el 95º aniversario del colegio; los laboratorios, las salas multimedia y la biblioteca. Silencio. Sólo quedamos, "al pie del cañón" como quien dice, un puñado de empleados administrativos y un grupo de gente de mantenimiento, que sigue "poniendo el cuerpo" como a lo largo de todo el año, ahora para comenzar con las tareas planeadas durante las vacaciones de verano: pintura, refacciones, arreglos.
Esta editora -- que acaba de despachar el último newsletter del año a la amplia comunidad de ex alumnos que lo recibe por correo electrónico- se confiesa serenamente emocionada. Desde su ventana, en el primer piso del "casco histórico" del BDS, sobre la calle Conesa, en lo más alto de una copa todavía resisten algunas magnolias bien abiertas. Se oye el canto de los pájaros. Entre las nubes que pasan despreocupadas, vuelve a atreverse el sol. Luego, ya no. Y después sí, de vuelta. El terco sol que juega a las escondidas en el patio vacío del colegio. Y siempre gana. Sí, definitivamente: estoy emocionada.
*Qué es educar las emociones*
¡Es que somos privilegiados! Estamos vivos. En un mundo donde hay cada vez más excluidos, donde la violencia asalta titulares y primeras planas -- no, no se trata de una broma del Día de los Inocentes- tenemos afectos, proyectos, trabajo. Y trabajo en una escuela, que siempre y casi por definición es una apuesta a la esperanza y al futuro.
Pausa. De pronto, recuerdo una nota de Agustina Lanusse en La Nación de hace algunos días, sobre la educación de las emociones. La releo. Pienso: "Es curioso. Nuestro colegio no fue citado en esta nota. Y eso que se hace tanto aquí en relación con la educación de las emociones." Veamos: las inteligencias múltiples, el Centro de Orientación Psicopedagógica, las Tutorías. El amplio espacio de las expresiones artísticas -- el teatro, la música, la plástica. El deporte y esa válvula de escape para las tensiones, que forja el carácter y afiannza el sentido del trabajo en equipo. De pronto, pienso en los maestros y profesores. Pienso en la Sra. de Green, que siempre acompaña con una sonrisa y la mejor disposición del mundo los muchos eventos y festejos del colegio, aún cuando soplen fuertes vientos y las cosas parezcan salir a contrapelo. Pienso en la "casa construida sobre roca", de la que habló el Padre Alejandro en la última Misa de la Familia. Pienso en la familia.
Educar las emociones es una tarea non-stop. Comienza en casa, donde los padres -- cuando son lo suficientemente sabios y valientes- se animan más de una vez a "frustrar" a sus hijos, como marcó el Sr. Page en su discurso de fin de año, para enseñarles que la vida no siempre es justa ni trae exactamente lo que uno quiere y cuando uno lo quiere. Pero se puede ser feliz, de todos modos. Y vale la pena crecer, hacer cosas, dar fruto. Son los padres los que deben mostrarles a sus hijos que la vida no es un zapping frenético con el que mantenernos entretenidos y anestesiados. Que no hay atajos ni cómodos deliveries a domicilio, con la felicidad servida en bandejita plástica y protegida con film. Más bien, es uno quien tiene que esforarse (y mucho) por merecerla, por construirla y construirse a sí mismo. Por dar y darse. Sí. Primero son los padres. Luego, la escuela. Y finalmente, uno mismo.
*New Year resolutions*
Lo cierto es que cuando se trabaja sobre la propia materia prima, tomando muchas veces las emociones como brújula para mirarse por dentro y hacer un buen examen de conciencia -- que hoy parece tan devaluado-, siempre es posible proponerse nuevas metas y caminar en pos de ellas, paso a paso, día a día. Sin prisa pero sin pausa. Entonces... ¡Dios! La Pucha que vale la pena estar vivo, como decía Alterio en "Caballos salvajes", solo que él lo dijo con "P", pero acá no, che, que es un colegio al fin y al cabo.
Me digo: educar las emociones es modelar esa arcilla que nos hace humanos, tan frágiles y necesitados que a veces nos aferramos falsamente a las cosas, para sentirnos un poco menos incómodos... Pero, ay, la comodidad tampoco es la respuesta. Como no lo son las cosas materiales (¿no es exasperante esa publicidad de "ves, querés, ves, querés" dirigida, justamente, a los jóvenes?) Más bien, parece fundamental ayudarlos a educar sus emociones para que logren comprender que, finalmente, lo que en verdad vale, por suerte no tiene precio. (Hoy habrá de perdonárseme la perogrullada y hasta el lugar común. Lo dije: estoy emocionada... y las emociones tienen estas cosas). Hace unos pocos días mirábamos el pesebre. Para los que tenemos fe, un mensaje claro de que el camino pasa por la pequeñez, la humildad, la entrega confiada en los brazos de quien nos ama...
Porque, aceptémoslo, lo que todos sin dudas necesitamos es amar y ser amados. Ni más ni menos. Entonces, mientras cierro la última nota del año, pienso en que seguir educando las emociones es un buen propósito para el 2008. Lo es para el colegio en el que trabajo, sin dudas, atravesando todo proyecto académico, artístico o deportivo. Lo es para mí, para mis seres queridos y, seguramente, lo será también para quien lea estas palabras... ¿Y si brindamos por eso, por la educación lenta, minuciosa e inacabable de las emociones humanas, bellas y perfumadas como esa magnolia del patio? Al hacerlo, en todo caso, ¿no estaremos también brindando por la paz y por la vida?
Claudia Maiocchi