A propósito de las próximas Pascuas
Es la máxima fiesta de la cristiandad. La colectividad judía también celebra su propia Pascua, hacia la misma fecha. Es también, junto con la Navidad, una celebración que excede el encuadre estrictamente religioso: aún los no creyentes la festejan y suelen intercambiar saludos alusivos.
El BDS saluda a todas las familias de su comunidad educativa sin distinción, deseándoles paz y serenidad de espíritu en estas próximas Pascuas.
Este año, hemos elegido compartir un texto recibido desde Chile, país hermano que recientemente vio la muerte tan de cerca y trabaja en pos de su «resurrección». Asimismo les informamos que hasta el lunes 29 está disponible una caja en la recepción de Juramento, para depositar alimentos no perecederos para colaborar con Chile. Se trata de una iniciativa de la DGEGP del Gobierno de la Ciudad a la cual nuestro colegio adhiere.
El texto que queremos compartir dice:
Se nos cayeron muros y casas completas. Muchas cosas materiales a las que les teníamos cariño desaparecieron ante nuestros ojos sin que nada pudiéramos hacer. Perdimos seres queridos y nos sentimos solos y desamparados. Tanta tecnología, y nos costó días llegar a comunicarnos. Volvimos a usar el lápiz y muchos nos recriminamos por no saber de memoria los números de teléfono.
Todo quedó a oscuras y en silencio, como una invitación a mirar en lo más profundo de nuestra alma. ¿Cuántos se dieron cuenta de quiénes eran los que amaban? ¿Cuántos descubrieron con tristeza que una relación estaba irremediablemente rota?
No todos contábamos con radios a pilas, velas y todo lo que se nos dice que debemos tener en estos casos. Muchos edificios no tenían cargados los sistemas de luz de emergencia: pensábamos que nunca íbamos a tener que ocuparlos.
Tuvimos miedo, pena, rabia, nos sentimos frágiles, pequeños y vulnerables. En esos minutos fuimos más que nunca verdaderamente humanos. Sin muletas, sin ataduras, sin dependencias. Desde nosotros tenían y debían salir todas las soluciones. Poco de lo de afuera nos servía.
La oscuridad nos hacia mirar sombras, bosquejos, nos invitaba a escuchar latidos, ritmos respiratorios, abrazos… El glamour, las «fachas» y la ropa dejaron de importar. Perdimos pudores, nos volvimos simples, sensitivos, empáticos y cariñosos.
Volvió el día y comenzamos a ver hacia afuera: lo cercano aparecía ante nuestros ojos y lo lejano se nos hacia inalcanzable. Sabíamos poco, muy poco de lo que pasaba. Evaluábamos la realidad de acuerdo con lo que nos pasó a nosotros, nos faltaba perspectiva. Había miedo, inseguridad, curiosidad. Ganas de movernos, ansiedad por hacerlo. No saber por dónde empezar inundaba nuestras cabezas. Los más ansiosos lo hicieron de inmediato; otros, muy de a poco.
La radio, hermoso medio, nunca paró. Lo poco que sabíamos era por ellos. Gente con temple y valentía que merece un premio por el coraje de dejar a los suyos para servir a los demás, traspasando sus propios miedos.
El terremoto fue como un gran colador que mostró lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Comenzaba el desafío de recuperar la sabiduría de los que no saben nada. Apareció una crisis valórica que tendremos que revisar cuando ya estemos en pie. Tenemos que aprender mucho de la solidaridad, no la de las campañas, sino la de todos los días. Nos falta respetarnos y tolerarnos más. Aceptar que en la empatía está la solidaridad verdadera.
Entender que donar cosas no es hacer orden en la casa y sacar lo que no sirve. El hecho de que alguien haya acercado a la Cruz Roja un solo zapato en vez del par es francamente digno de análisis. Hubo saqueos con plata y sin plata… Todo reflejo de lo mismo, tal vez de nuestra falta de desarrollo espiritual y nuestro extremo apego a las cosas.
Se nos cayeron las máscaras y los muros, aparecieron las lágrimas.
Aparecieron seres llenos de luz, ollas comunes y gestos de solidaridad que sin duda generaron una sonrisa en el rostro de DIOS.
El terremoto del alma es el más lento de sanar. No nos sirven para ello el dinero, la tecnología y tantas otras cosa. Todo ayuda, pero tendremos que ponernos de pie desde adentro para que lo que construyamos afuera sea de una solidez que el próximo remezón no sea capaz de botar.
Usemos la fe, el humor y los afectos: con esto el camino se hará más fácil.